miércoles, 14 de marzo de 2012

Soldado de segundo grado.


Los gritos de los obuses desgarraban el aire sobre nuestras miradas. Yo, tan lívido como de costumbre, me aferraba a las hojas ajadas que hbía conseguido ocultar bajo mi chaleco. Hubiera cerrado los ojo, hubiera querido gritar yo también; pero si el pánico solo se ahuyenta olvidándolo, era el mosaico perfecto que forman números, letras y líneas el que hacía que él me olvidara a mí. Mientras el bombardeo arrasaba la superficie, mi mirada seguía febrilmente el ángulo marcado por un compañero recostado contra la pared de la trinchera, y mi mente desaparecía de aquella atmósfera oprimente de tierra, humo y sangre, y comenzaba a calcular senos y cosenos, Pitágoras y Tales, lejos del miedo y del estruendo. Último día en primera fila. Al día siguiente volveríamos a los barracones, la guerra sería solo fragores aislados y yo podría volver a reunir todos mis apuntes. Pero primero había que sobrevivir a la noche de ofensiva.
Yo no sabía cómo había terminado aquí, ni qué hacía en medio de una batalla que no era, desde luego, la mía. Yo era un estudiante de Matemáticas que un día, tras volver de la facultad, se había encontrado con una guerra y, antes de poder darse cuenta, en una lista de reclutamiento que le eran totalmente ajenas, en un campo de entrenamiento... y de pronto, aquí. Solo tuve tiempo justo para abrazar a mi madre, empaquetar mis apuntes de la Universidad y darle un adiós silencioso a mi pueblo. Mi pueblo, dividido en dos por un río, dividido en dos por los hombres. Esperaba no llegar a ver jamás lo que allí había hecho el odio.
Las estrellas ya se habían desvanecido y se declaró una minúscula tregua. Nosotros salimos de la trinchera entumecidos mientras a nuestro lado pasaban las bajas que habíamos oído durante toda la noche. Una mañana más, suspiré y aparté los jos. Unos y otros, eran números que florecían marchitos en lágrimas, dolor, vacío y vidas truncadas, números que avanzaban en horrible progresión geométrica,¿hacía dónde? ¿Qué le ocurriría a un mundo donde no existan hombres jóvenes, más que en recuerdos de muerte y sufrimiento?.
Llegamos a los barracones, a mi "despacho", como me gustaba decir. Con un enorme alivio, rescaté de debajo de un catre hundido y mohoso todos mis papeles. Aunque su situación era mucho más segura que al principio, aún temía por su supervivencia. Cualquiera puede imaginar que un estudiante de Matemáticas que pasa por sus horas de respiro entre batalla y batalla ( y últimamente, también durante estas ) encerrado en sus ciencias no era un fenómeno muy común, ni tampoco demasiado bien visto. Mis compañeros de habitáculo, que durante los primeros meses no concebían una actitud tan extraña y se cansaban de reírse del cerebrito haciendo cuentas ya parecían ir aceptándolo, e incluso alguno había llegado a acercarse a preguntarme por mis números; entonces yo era feliz. Consideraba que aya estaba derrochando ingentemente el tiempo como para además perder años de Universidad. No podría avanzar cursos, pero quería poder reengancharme en cuanto volviera - ¿volvería?-, sin haber olvidado nada. Era la promesa que nos habíamos hecho Bernat y yo. Dos apasionados de las ciencias exactas, dos universitarios de Matemáticas, dos indios que jugaban a hacer las paces con los vaqueros hasta que llegaba la hora del bocadillo de chocolate, dos vecinos del mismo pueblos... de distintas orillas del río. Ahora se suponia que luchabamos como enemigos - ¡valiente tontería! -, pero por suerte siempre nos habíamos mantenido en frentes distintos. Ojalá no nos volviesemos a encontrar hasta que terminase la guerra. Entonces volveríamos a ser estudiantes en un mundo de paza, llenos de esperanza, de ilusión y de futuro.
Después del precario rancho, que solo nos dio más hambre, decidí salir del campamento, incapaz de conciliar el sueño aun tras la noche en la batalla. Afortunadamente, no era la culpabilidad lo que me desvelaba. Me las había arreglado, desde el inicio de la guerra, para no disparar; y había conseguido no herir más que a las nubes de humo que ahogaban el cielo. La suerte había jugado de mi parte, nunca me había visto llevado al límite de tener que decidir entre mi supervivencia y la de ese hombre que, a pocos metros de mí, escondía la historia de una vida, de una familia y de unos sueños tras unos burdos colores embarrados.
Mis pasos me llevaron más lejos de la base de lo que era mi intención. Aquellos árboles, en otro tiempo exuberantes y frondosos, sacados de un cuento de hadas, ahora intoxicados de pena, mustios y quebrados, no me dijeron lo que me susurró el río. Palidecí. El rumor de las aguas, el chocar de los guijarros en el fondo... los conocía mejor que la palma de mi mano.
Alcé la vista y ahogué un grito. Un soldado enemigo estaba frente a mí, en la otra orilla. Yo estaba a descubierto. Demonio, por qué habría sido tan imprudente... Y entonces vi que le soldado me sonreía.
- Águila Blanca, ¿qué es esto? Antes distinguías a los vaqueros cuando solo eran una mota de polvo en el horizonte.
- ¡Búfalo Rojo!-reí yo también, y en un segundo los dos antiguos indios habíamos vadeado la mitad del riachuelo y nos destrozábamos la espalda a palmadas.
-Te dije que nos veríamos antes de acabar las vacaciones, Bernat-le recordé.
- Las vacaciones...-repuso él, pensativo-.¿Sabes?, yo he seguido aquí con las matemáticas. No te asombre, tú y yo siempre hacemos lo mismo. Y cuanto mejor entiendo a los números y a las letras, menos entiendo a los hombres. Echo de menos a mi familia, echo de menos la facultad, echo de menos a Miriam. Vengo aquí echando a perder mi juventud para arruinar la vida a otros. Ya ves que mañana volveremos a casa.¿A qué? A destruir el pueblo que nos vio crecer, nuestros recuerdos de infancia y la infancia de los que están aún por venir. No sé cuánto tiempo más resistiré de soldado. En cuanto pueda, me iré lejos para empezar una vida nueva... Pero no quiero atormentarte con mis locuras y mis sueños. Té, ¿estás bien aquí?
Me encogí de hombros y dejé escapar una carcajada impregnada de fustración.
- Bernat, tú estas en un bando, yo estoy en otro. El orden de los factores no altera el producto.
En ese momento, sentimos voces. Mandatos claros y vigorosos de un capitán de instrucción. Bernat reaccionó de inmediato y se despidió.
- Es mi regimiento, esta tarde teníamos que formar y me escapé del grupo sin que me vieran. Tengo que irme, y tú también deberías. ¡Estás en territorio sioux, Águila Blanca! - me advirtió, guiñándome un ojo.
Nos estrechamos la mano en silencio y, en un instante, Bernat había desaparecido entre los árboles. Dentro de mi mano tenía un papel arrugado y húmedo.
De nuevo a solas y en seguro, lo desplegué. Entonces sí que no comprendí nada:
¿Una ecuación de segundo grado?¿Cuánto tiempo hacía de aquello? Visto que no era ninguna novedad personal ni matemática, solo me quedaba preguntarme con qué objetivo me la enviaba ... y su significado.
Ya en mi "despacho", procedí a centrarme en el enigma. Tenía una incógnita,x. ¿A qué se refería? En mi vida había muchas incógnitas. ¿Era la respuesta al "qué hago aquí"? ¿Acaso al "qué me espera", "cuál va a ser mi futuro"?¿O era mi vida entera la que se había transformado en una letra?
Me gustó pensar que la x miraba hacia adelante, que me daría el rumbo que tomaría mi existencia en función del discriminante.
Pasé al otro miembro. -b... Tuve un mal presentimiento. Con un escalofrío, guardé en el capote mi preciada ecuación.
No tardarían en llegarme noticias de que Bernat cayó esa misma noche.
****
Cuando volví a subir a aquel cerro por el que tantas veces había trepado en otras tardes de verano, se me hizo un nudo en la garganta. Ante mi vista se extendían los vastos campos de cereal, que en la imaginación de dos niños se habían transformado en el inmenso desierto de Arizona. Allí los indios, cuando se habían hartado de ser los intrépidos espías X e Y o de turnarse a representar al científico loco y su ayudante, se sentaban con las piernas cruzadas a compartir tranquilamente los conocimientos nuevos y deslumbrantes que habían alcanzado los matemáticos-chamanes de sus respectivas tribus. Sonreí recordando la primera vez que había oído hablar de la serie de Fibonacci de labios de Búfalo Rojo, mientras yo le contaba orgulloso cómo funcionaban los números figurados. A veces, la imaginábamos largas peroratas con las que convencíamos a algún esporádico vaquero a respetar a la naturaleza y a nosotros, sus "hermanos", poniendo en evidencia su inferioridad académica. No había un domingo en el que no fumásemos, como viejos y venerables jefes, la pipa de la paz, que comprábamos por una insignificante fortuna al tendero del pueblo, un simpático hombrecillo que disfrutaba aún más que nosotros con los juegos que nos proporcionaban sus piruetas.
La tienda... La busqué con la mirada, cruzando el puente que unía lo que ahora queríamos separar... y no la alcancé. ¿Qué estaba ocurriendo allá abajo? A lo largo de la orilla contraria, un enjambre de soldados construían algo, levantaban la tierra, manipulaban alambres. La mayoría se agolpaba junto al puente, delante de la primera casa... la casa de Bernat. Nada bueno podían estar haciendo, y menos cuando llegó hasta mí la palabra "reventar". En medio de un torbellino de imágenes procedentes de otro cuento, de un mundo feliz, de la madre que jugaba al parchís las tardes de lluvia con aquellos 2amigos, que cantaban con ellos y que escuchaba pacientemente las aventuras que le contábamos, yo y aquel hijo que nunca más regresaría, bajé corriendo como una exhalación hacia el pueblo. Debía al menos avisar a aquella familia que también había sido la mía, como sé que Bernat habría hecho si nos hubieran dejado al revés las orillas del río. Al llegar al puente, ya sabía de sobras que mi b2 era el terreno, la casa de Bernat, y que era el momento de elegir el signo de mi raíz. Si intuí entonces qué podría significar esta, me esforcé por evitar mis pensamientos.
No escuché los gritos de "¿Qué haces?", "¡Va a meterse en la zona cercada, está loco!", "¡Es para que ellos no salgan, no para que tú entres, camarada!","¡Va a explotar en cuanto te acerques!" y los últimos "¡Vuelve!" de mis compañeros. Solo tenía mente para desear con todas mis fuerzas que mi discriminante fuera mayor que cero.
En el preciso instante en el que puse mi bota al otro lado del puente, un estruendo sacudió la tierra, y el humo lo invadió todo, se coló por mis ojos e inundó mi mente. Mientras un perro rabioso incrustaba sus colmillos en mi mano, puede ver cómo por encima de mi cabeza volaban pedacitos de metralla... pedazos cuadrados, perfectamente cuadrados.
Negros como la sábana con la que el dolor cubrió mi mundo.
****
Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellas historias de guerra, que fueron para todos irreparables. Entonces, maravillosamente, no arrastré a nadie en mi quijotesca locura; perdí 4 dedos de la mano, perdí los mejores años de mi vida, y la ciencia que me podrían haber brindado... perdí a mis amigos, perdí a tantos a los que quería.
Ahora soy profesor de Matemáticas en un instituto, como siempre había sido mi sueño. Pero es un sueño amargo, como todo lo que se comparte una vez y luego no se tiene con quién compartir. Y todo el mundo sabe que al llegar al tema seis, las ecuaciones de segundo grado, el profesor manco tiene que salir precipitadamente de clase.
Magdalena Rodríguez Dehli.

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